Juntos en el viaje de la Vida.

Luego de la afortunada experiencia del nacimiento de Naim, en Humahuaca, se dio lo esperado. La vida te da lo que le pides y todito es tan perfecto, que Dios nos concedió el deseo, con un empujoncito.
Estábamos “cómodamente” en el rancho de chapa, con fríos bajo cero, pero bien reconfortados por el calor de una relación que maduraba y con un nuevo integrante. Trabajamos diariamente en artesanías y por intuición nos mantuvimos alertas, puesto que los cambios siempre se suceden.
Fue entonces cuando nos sentimos invadidos por la presencia de la propietaria del rancho y su familia, Que Intempestiva y apresuradamente iniciaron la construcción de nuevas habitaciones en la casa que nos alquilaban. Con nuestro primogénito de un mes, se nos vino la crisis, pero ante la situación vimos una oportunidad, era buscar otro lugar y despegar de nuestra adorada Humahuaca.

Nos dirigimos a Buenos Aires, a reencontrarnos con nuestros padres queridos, pero solo como una parada afectiva y necesaria para arribar a nuestro nuevo destino, Uruguay, donde nos esperaría la playa. Luego de unas semanas de reencuentros y trabajo, averiguamos que para cruzar al país vecino, necesitábamos un documento llamado “partida de nacimiento”. Una traba, ya que el trámite y la entrega del mismo nos demoraría dos meses, lo suficiente como para perder una valiosa temporada de verano para la venta de artesanías.



Nos vimos obligados a cambiar de dirección y nos decidimos por un lugar conocido y del cual teníamos hermosos recuerdos. Villa de Las Rosas (Traslasierra), CORDOBA
El reencuentro fue catastrófico, mi mente me jugó una mala pasada. Esperábamos una cosa y nos encontramos con otra. Todo fue caótico. Entré en una crisis mental y fui afectado por dolencias físicas. El trabajo diario se volvió duro y el stress me dejada muchos dolores de cabeza y sin poder descansar. Mariana afectada por esto, comenzó a cantar mantras, recitar oraciones y vender trenzas junto con Naim de seis meses, en la plaza del pueblo. Parecía que las cosas sucedían adrede, la casa se quedó sin agua, el alquiler era muy costoso, los calores eran terribles, pocas ventas y discusiones. No estábamos cómodos y no teníamos en claro a donde ir.

Esta época dejó su huella, un profundo crecimiento espiritual. Cuando todo parecía caerse y destruir nuestra unión, fuimos guiados por una luz brindándonos fuerza y confianza hasta descubrir una especie de Edén escondido al borde del Cerro Champaquí . Una dulce casita antigua rodeada de nogales, higueras, naranjos, algarrobos, ceibos y durazneros entre otros árboles, teníamos de vecinos a caballos, vacas, hermosas aves y la exótica chichemolle, una especie de insecto extraterrestre, grande y con olor peculiar, pero muy inofensivo e interesante. 

Las flores silvestres, las mariposas y el espacio del jardín nos invitaban a poner manos en la tierra y comenzar a sembrar y cosechar, de todo un poco salía de nuestra humilde huerta. Mucho silencio y tranquilidad, para llegar al pueblo sólo bastaba recorrer un encantador camino de tierra que llevaba a la plaza de Villa de las Rosas, un pueblo que refleja amistad, solidaridad y mucho intercambio cultural de la nueva era.




Con mucho trabajo duro, haciendo pozos en una hacienda, vendiendo aquí y allá, recuperamos nuestra finanza. La magia del intercambio se abría poco a poco. Conseguimos computadora e internet y esto nos conectó con muchas personas de todo el mundo. Y como nuestro nuevo hogar estaba bastante aislado, optamos por darle cierta prioridad al trabajo, la austeridad y la intimidad. En el pueblo, tuvimos la fortuna de conectarnos con una importante fuente de información en lo que a salud, alimentación y nutrición natural se refiere, cómo esponjas, tratamos de absorber lo máximo posible de nuestros queridos maestros, Nestor Palmetti y Maria Cristina Castells.
Todo esto y mucho más nos atraparon felizmente durante casi dos años, hasta que comenzó nuevamente el hormigueo y el entusiasmo por seguir camino. Una especie de deber cósmico que nos incita a volar y ¡que ganas teníamos de ver el mar!
Así que dejamos el cuidado de la casita y la huerta a una dulce amiga y nos decidimos a partir.



Pasamos por Buenos Aires, saludamos a la familia y nos fuimos Uruguay, pero como toda aventura, ni bien cruzamos el umbral de lo conocido, surgieron imprevistos que nos ponían a prueba: en la frontera uruguaya nos retuvieron la mitad de nuestros productos artesanales. Un golpe bajo, nos sentimos inseguros, comenzaron las dudas y el miedo, pero claro, decidimos seguir. Nos compramos una carpa y acampamos “a escondidas” en un mágico bosque de pinos con salida directa al mar. Así festejamos el año nuevo y disfrutamos de observar las estrellas y la luna, buscar leña y prender el fuego, caminar por la playa y bañarnos en el mar. Hasta que dos grandes policías nos echaron amablemente.
Levantamos Carpa y nos mudamos al parque nacional Santa Teresa, rodeados de eucaliptos, mar, tortugas marinas, pájaros y poca gente, vivimos tres meses sin electricidad, armando fuego diariamente, en comunión con la tierra y caminando mucho bajo la lluvia. Aprovechamos para vender nuestras artesanías en la Playa Grande y en Punta del Diablo al caer la noche, así el verano pasó volando y se marcharon los turistas.
Estas experiencias nos llevaron a reflexionar sobre la comodidad, el materialismo, el trabajo, el ahorro, la seguridad, la alimentación, la salud, la crianza y educación de Naim. Nuestro panorama se había ampliado.




Decidimos despedirnos de la casita de Traslasierra, los amigos del pueblo y los duendes del jardín. Vendimos lo poco que teníamos y otro tanto regalamos, exceptuando nuestras más valiosas herramientas y materiales que nos ayudan a seguir produciendo. Casi sin mirar atrás nos dirigimos al reencuentro con Humahuaca. Parada obligatoria. Volvimos a sentir la energía divina de ese hermoso lugar, de seres queridos y de muchos preciosos recuerdos. Como una estrella fugaz, sin tentarnos con la idea de quedarnos más tiempo, fuimos derechito a tomar el tren boliviano “Wara Wara del Sur”.


Atravesamos Bolivia, nos quedamos impregnados de belleza, naturaleza, riqueza y fortaleza humana. ¡Qué cultura Dios! Quedamos enamorados del norte de la Isla del Sol, en el lago Titicaca. Tiene aproximadamente 600 habitantes y su economía se basa en la agricultura, pastoreo, pesca y turismo. A lo largo de esta isla se aprecia un relieve accidentado con muchas terrazas, debido al cultivo que realizaban antiguos pobladores incas. Los amorosos nativos de la comunidad ChallaPampa son ejemplo de fuerza en equipo. Cómo en la isla no hay autos, podíamos ver a Naim corriendo y jugando libremente con muchos niños desde el balcón del hostel llamado “Pachamama”.




Luego seguimos a Perú, donde nos conquistaron las más variadas frutas, los mercados, la belleza del Cuzco, la mística del camino del Inca, los turistas extranjeros, el trabajo del campo y el caos ordenado de las grandes ciudades.
Al norte de Perú, ya cerquita de la línea del Ecuador nos encontramos en Máncora. Un pueblo ubicado a orillas del océano pacifico. Abunda la fruta fresca la que fue tan bien recibida por el intenso calor. Nos hospedamos en un hostel que brindaba una cocina comunitaria con heladera y licuadora, uff! No la dejamos descansar, en todo el hostel se escuchaban los gritos a cada hora, como si fueran campanadas: ¡¡¡quiero licuado de banana!!! Pedía Naim. Con Mariana nos hicimos fanáticos del mix banana, mango y hielo, un postre natural, delicioso y súper refrescante. El viaje, el calor y los conocimientos adquiridos sobre nutrición transformaron nuestra dieta de tal manera que actualmente mantenemos una alimentación crudivegana (base de frutas, hortalizas y semillas)



El mar revoltoso lleno de pelícanos, pescadores y gente hermosa nos hizo vibrar alto. Tan alto que llegamos a Ecuador, rumbo a Vilcabamba, un pequeño y tranquilo valle cuya fama proviene de su población longeva. Subiendo 50 km al norte llegamos a Loja, una importante ciudad económica: muy bella, limpia, moderna, organizada y con mucho arte.
Recorrimos varios pueblos de Ecuador por la costa Oeste: Montañitas, Puerto López, Canoa, Mompiche y Atacames, este último una encantadora ciudad, al lado del mar, con población en su mayoría de raíz africana. Daba mucho gusto verlo a Naim jugando en la plaza con todos los morenitos y morenitas.
Quedamos impactados por el paraíso de “Los Frailes” una playa protegida perteneciente al Parque Nacional Machalilla y en ese mismo lugar nació una nueva amistad, un simpático nativo de Cuenca que con su gracia y amabilidad nos inspiró confianza desde el primer momento. Él nos conectó con un amigo italiano en Puerto López (Partido de Manabí), quien nos rentó a un precio muy accesible un pequeño departamento amueblado donde nos instalamos durante casi dos meses, sólo faltaba la licuadora, así que la compramos.
Puerto López es un pueblo de pescadores y mucho turismo. Islas y aves exóticas, ballenas y tortugas marinas invitan a personas de todo el mundo a tomarse una lancha, observar y disfrutar. Una de las cosas más ricas que recuerdo: el coco de agua, bien frío, primero la refrescante bebida natural, y luego (si el coco era grande) una carnecita blanca y jugosa, un deleite para nuestro paladar y una medicina para nuestra salud.

Un día nos despertó una fuerte vibración que duro varios segundos, nos sorprendió tal movimiento sísmico. Al pasar los días sucedieron algunos más, parece que el planeta grita, tiembla, nos sacude, nos alerta a vivir cada día como si fuera el último.
Sentimos que se cerraba un ciclo en Puerto López, muchos otros lugares de Ecuador resonaban en nuestros pensamientos, sólo fue cuestión de organizar nuestras pertenencias resumidas en dos mochilas grandes, un bolso y la casi nueva licuadora.
Quedamos impregnados de la belleza de Otavalo (significa “cobija de todos” en Aymara) Una hermosa ciudad que cuenta con una enorme riqueza cultural en la que sus habitantes en su mayoría indígenas, mantienen su identidad, fortalecida por mitos, costumbres y tradiciones. Rodeado de montañas, lagunas, ríos, quebradas y vertientes hacen de esta pequeña ciudad un paraíso, además es reconocida mundialmente por el famoso mercado indígena de artesanías. En este lugar surgió lo que necesitábamos, una oportunidad laboral que continuaría en la Ciudad de Quito, así que allí fuimos, a concretar el pedido de una gran empresaria por una importante cantidad de pulseras y mallas para relojes, lo que nos demandó encontrar más manos tejedoras. Tanto fue el entusiasmo que nos pasamos el tiempo permitido en Ecuador, así que en cuanto terminamos, partimos hacia Colombia.


En Colombia, visitamos algunas ciudades coloniales, atravesamos el “eje cafetero” en una interminable ruta de curvas y contra curvas, sobre las montañas y sierras. Nos impresionaron la cantidad de imponentes haciendas y bananos, casi que saltamos Medellín para seguir rumbo a lo que buscábamos, una ciudad pequeña, turística y tranquila. Pasamos casi dos días y medio viajando en bus, hasta que llegamos a la renombrada “Cartagena de Indias”, una grande y hermosa ciudad de estilo colonial. Recorrimos el casco histórico, vimos un espectáculo musical, mucha juventud, centros comerciales, edificios y una hermosa vista del mar caribe. Nos pareció un tanto caótico el tráfico y la cantidad de gente, así que no lo dudamos y al siguiente día llegamos a la ciudad más antigua existente de Colombia, Santa Marta y desde allí una combi nos trajo hasta donde estamos hoy: Taganga, un pequeño pueblo de pescadores, popular por sus paisajes y miradores. Su nombre proviene de la palabra indígena donde “Ta” es un entrante y “Ganga” es el mar, lo cual significaría lugar en donde se adentra el mar.




Aquí se respira mucha paz, nos sentimos cómodos y tranquilos, vamos a exponer nuestras joyas a la peatonal donde abundan turistas y Naim puede correr, saltar en el mar y jugar con la arena. Comenzamos a abrir nuestras puertas a los interesados para dar clases de arte, charlas e información sobre nutrición, salud y ofrecer ensaladas, jugos y leches vegetales. Nos sentimos vivos y felices, prendemos una vela y agradecemos, trabajamos para valorar lo único y más preciado que tenemos: el presente. La vida es gozar las cosas que pasan a cada momento. Claro que muchas veces nos preocupamos por el futuro, de la seguridad material, de no tener una casa, también extrañamos a la familia y el país que nos vio nacer.
Nos preguntan hasta donde llegaremos y cuándo volveremos a la Argentina, si somos gitanos o vivimos en la calle… todas ideas mentales que pretenden limitar un concepto ilimitado, ya que “viajar” proviene de la palabra catalana “Viatge”, que tiene como origen la palabra “Vía” que significa “Camino” y si de algo estamos seguros es que hay que disfrutar el camino, independientemente de a donde se quiera llegar, y que nuestro camino a seguir, es el del amor.





(Escrito para la revista "El Faro" de Chivilcoy, el 10 de septiembre de 2012)